"Si no eres Summer, eres Winter", diría Tom a mi coprotagonista, si él saliera de la pantalla de cine. Si bien, sumados los días en que la unión fue real y los que mi cabeza ha seguido recreándose en ella, no hemos llegado a estar 500 días juntos. Por desgracia, nunca he necesitado estar muchos días con una chica para pensar en ella cuando se ha ido. Por propia voluntad.
Ella, aunque dijera que no, se ha convertido en Summer. Cierto que fue Autumn durante el otoño pero, ahora que ha llegado el invierno, la realidad se ha hecho carne en forma de un tío que es un 'conquistador magistral'. Odiaría sus clases, yo, que siempre fui alumno modelo.
Un psicólogo me dirá que hago algo mal cuando son ellas las que se alejan. Entre lloros, por la pena que sienten, animando, por la admiración que me tienen. Y yo me pregunto: "Si me quieren y me admiran, ¿por qué se van?". Quizá nunca se fueron; simplemente, permanecieron en su sitio. Tan lejos como mil kilómetros o tan cerca como seiscientos. Y ellas, prácticas, dirán: "Si no te veo al volver a casa, ni me puedes abrazar, ¿dónde quieres estar?".
La confianza, la que no me dan. La de dar tiempo para arreglar las cosas. Yo soy lento. Las distancias, largas.
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